viernes, 26 de marzo de 2010

¿Quién dijo pobrecita?

Me dicen a veces que soy demasiado crítico en el blog con las conductas argelinas; que en ocasiones no difieren demasiado de las españolas.

Leí hace unos meses una noticia en la versión on-line del el periódico El Mundo que no solo da la razón a esos críticos, sino que me hace pensar que comparativamente el nivel de corrupción argelino es ridículo. La noticia es sobre el inminente divorcio de la hija mayor del Rey de España y de lo bien cubiertas que quedan sus reales espaldas y las de su ya no tan real consorte, seguramente porque están dotados de una especial inteligencia y capacidad que les hace dignos de ocupar puestos de alta categoría en empresas privadas.

Copio parte del texto del diario El Mundo:

Aunque don Jaime ha dejado en estos dos últimos años la presidencia de la Fundación Axa Winterthur y el consejo de Cementos Portland, mantiene otras sillas (de hecho, aunque salió de Cementos Portland le recolocaron en el consejo de una filial menor, la Waste Recycling Group, manteniéndole un sueldo que ronda los 190.000 euros). Conserva su puesto como consejero de Sociedad General Inmobiliaria -que pertenece a Robert de Balkany, gran amigo del Rey y también de Marichalar-, que le reportaría unos 250.000 euros al año; también su puesto en el consejo del grupo de lujo LVHM (120.000 euros) y en el banco Credit Suisse (172.000 euros). Por no hablar de la herencia que le dejó su tía abuela Teresa, una fortuna patrimonial que en su día superaba los mil millones de pesetas.


Como directora de Proyectos Sociales y Culturales de Fundación Mapfre, la Infanta Elena puede percibir unos 200.000 euros al año.

Lo primero que he pensado ha sido en el momento en el que nació el primer hijo de la pareja y el padre de la criatura dijo que “el pobrecito” se parecía a su madre. ¡Vaya con algunos conceptos de pobreza!

Iba a escribir también que no dudo de las dotes personales e intelectuales de la pareja, pero seria una enorme mentira por mi parte. De lo que estoy seguro es que yo no pondría a alguien con sus capacidades físicas y mentales, además de su belleza personal; en un puesto de responsabilidad en mi empresa, salvo que con eso pudiera conseguir otro tipo de beneficios. O no; creo que ni así lo haría; porque me repugnaría saber que estoy robando esos « beneficios » al resto de los ciudadanos dignos y decentes.

El día que critique los tejemanejes argelinos, los negocios de los generales, el dinero de los poderosos, me sacaran esta noticia para recordarme el grado de honestidad que se da en España.

lunes, 8 de marzo de 2010

Noche en el desierto

Todos los años, cuando llegan las Navidades, leo anuncios publicitarios que ofertan viajes para pasar el fin de año en el desierto del Sahara. Y siempre me viene a la cabeza la idea de lo poco convenientes de las fechas y lo escasamente atractiva que me resulta el plan.

La vida en el desierto se mueve al ritmo que marca el sol. No existe luz eléctrica, aspecto que condiciona las actividades que pueden llevarse a cabo tras el ocaso. En verano hay muchas horas de luz y anochece relativamente tarde, pero a finales de diciembre se hace de noche a las cinco. A partir de ese momento la vida se limita a las reuniones alrededor de un fuego y con una taza de té en la mano. Algo realmente bonito, que se disfruta muy sinceramente y que al menos una vez en la vida conviene compartir. Los tuareg, la gente del desierto en general, son buenos conversadores y saben hacer que esas largas veladas alrededor del fuego resulten amenas y divertidas. Cuando hay extranjeros en el grupo aprovechan para entonar canciones, tocar algún instrumento y darle un toque intimista y romántico que suele hacer las delicias de las turistas de sexo femenino. No sé si tendré hormonas femeninas, pero he de confesar que ese ambiente de romanticismo me ha envuelto más de una vez, sin que por ello sienta ningún atractivo físico por los hombres (ni del desierto ni de ningún otro lugar).

Explicada así la parte más agradable de las veladas en el desierto (bien abrigados, puesto que el descenso continuo de la temperatura desde el momento que se pone el sol es espectacular), creo que será más fácil comprender mis sensaciones cuando trato de imaginar uno de esos viajes al desierto en Navidades. Me sitúo en la primera noche y la novedad del fuego y de los tres tés. Pienso en la segunda noche, casi idéntica. En la tercera. En la cuarta… Son veladas que pueden alargarse desde las cinco de la tarde hasta las nueve o diez de la noche. Y, cuando ya estás un poco harto de tantas noches alrededor del fuego, llega la noche de fin de año. Como todas las noches empiezan a ser iguales, ya piensas en acostarte antes para recuperar parte del sueño que sin darte cuenta has acumulado, porque con tantas nuevas sensaciones la adrenalina te mantenía al principio alerta. Pero, precisamente ahora, llega Nochevieja y hay que estar en vela hasta más allá de la medianoche. Conoces casi de memoria las cientos de estrellas del firmamento, que luego añorarás cuando regreses a la civilización; las canciones comienzan a sonar todas parecidas; ya has hecho todas las preguntas sobre su familia, la vida de las mujeres en el desierto, el Islam, sus tradiciones y las anécdotas acumuladas tras años llevando grupos de turistas; Morfeo comienza a ganar la partida. Hasta se echa un poco de menos preparar las uvas, como cada año, y se deja un espacio a la nostalgia para pensar en tantos amigos y familiares que en ese mismo momento pueden estar viendo las mismas estrellas, o al menos la misma luna.

Sí, ésa, precisamente ésa, es la parte menos romántica que me imagino en los viajes al desierto por Navidad.

Todos los que me leen saben que soy un sentimental; quiero decir, que me dejo embriagar por mis sentimientos. Siempre pensé que dejar transcurrir una fecha de significación especial en el desierto es algo que debería hacer al menos una vez en mi vida. Por eso, cuando vi que en este año 2010 mi cumpleaños caía en fin de semana y que además iba a contar con un día de descanso, insuficiente para irme a Bilbao pero no para viajar fuera de Argel, empecé a darle vueltas a la cabeza. Había pensado en Taghit, cerca de Bechar, el único lugar que conozco en el desierto del Sahara que en la realidad se parece a los oasis de las películas. Sin embargo, al poco tiempo un amigo del trabajo me sugirió pasar esos días en Timimoun, lugar más civilizado pero que cuenta con dunas en sus alrededores. Sólo cuando esta idea no salió adelante, por problemas con los horarios de los vuelos, pensé en Bou Saada.

Una estancia en Bou Saada tiene muy poco que ver en el siglo XXI con el clásico y romántico viaje al Sahara. Fue en su día punto de salida de las caravanas que atravesaban el desierto, pero el mercado de camellos desapareció hace muchísimos años. Ahora son camiones los que atraviesan el desierto por las carreteras, que han sustituidos los restos de fogatas nocturnas por neumáticos destrozados en los arcenes. Las postas de antaño no existen y los turistas buscamos hoteles confortables, en los que abres el grifo y mana agua fría o caliente, según la voluntad del usuario. En los puestos del mercado no se vende exclusivamente carne seca, legumbres, agua, azúcar y té, como antaño, sino infinidad de productos “made in China”, además de todo lo que se encuentra en cualquier mercado más o menos occidental. En plenas dunas, mientras me sacaba fotografías con mis amigos, estaba respondiendo a llamadas al móvil de mi familia y amigos.

Que la modernidad haya llegado al desierto no significa que no se pueda extraer de él ese gusto a aventura en libertad. También el rally París-Dakar contaba con un sistema GPS para localizar a vehículos extraviados, en un ejercicio de aventura controlada. Y eso es, de alguna forma, lo que buscaba para mi cumpleaños.

domingo, 7 de marzo de 2010

Mi fiesta

Este texto lo escribí hace ya una semana. Lo publuico con algún que otro recorte. Lo que he respetado absolutamente es el texto original completo que publico en el blog privado.

El pasado fin de semana era mi cumpleaños y lo quería celebrar de una forma muy especial. Pensé en hacerlo en un lugar casi paradisíaco, Bou Saada. Allí existe un hotel que posiblemente ofrece la mejor relación calidad-precio de todos los del país; la ciudad aún destila el olor de un pasado glorioso como puerta de entrada al desierto, con uno de los mercados de camellos más conocidos del Sahara; las casas son construcciones típicas y por sus calles circulan mujeres completamente cubiertas, excepto un ojo; en sus alrededores se sitúa una zawia (creo que pronuncia así) digna de visitar, una cascada de aguas del desierto, grabados rupestres y dunas por las que deslizarse; la cocina de Bou Saada es muy conocida y un nuevo restaurante ofrece la posibilidad de degustar los platos tradicionales de la ciudad en un marco excepcional.

Desde la primera vez que visité Bou Saada la consideré la gran desconocida dentro del país, un lugar que se escapa a los circuitos turísticos, pese a tenerlo todo, incluida una cercanía a la capital, Argel, que permite disfrutar de una excursión de fin de semana.

Siempre que había escuchado de la boca de amigos y conocidos decir que iban a pasar el fin de año en el desierto (escribiré sobre esto en mi próximo post), mi mente se trasladaba a la idea de hacer lo mismo en un cumpleaños que no tuviera que trabajar y tampoco me cupiera la posibilidad de ir a casa. Este año se daban todas las circunstancias y no iba a desaprovechar la oportunidad.

Celebro siempre mi cumpleaños como un niño pequeño y para mí el 27 de febrero es una jornada muy especial. Esta año me han decepcionado algunas ausencias, aunque, a cambio, he de decir que las presencias, algunas venidas desde muy lejos, han compensado con creces esa decepción.

En el capítulo de regalos, he recibido una brújula, una cartera, una fuente de cerámica, un kimono, un libro y una piruleta, ordenados por orden alfabético. Además, al volver a casa me ha encontrado con que la asistenta me ha regalado una baldosa con una estampa antigua de la Casbah de Argel. Yo ya me he regalado unos cuantos recuerdos de Bou Saada y me compraré esta semana otras cosas.

Por cierto, muchas gracias a quienes me han felicitado tanto en el blog como en Facebook, o por teléfono. Unas cuantas de las llamadas recibidas me hicieron especial ilusión.

La versión completa de este comentario se encuentra en el blog Privado en Argel.